JOY

(David O. Russel, 2015)

LA CENICIENTA CONTEMPORÁNEA

Joy Mangano (Jennifer Lawrence), es la protagonista de un cuento de hadas contemporáneo, en el que David O. Russel representa la vida de la mujer que en los noventa inventó la fregona mágica. Su abuela (Dian Ladd), nos narra la historia: una niña que estaba llamada a hacer cosas grandes en su vida, se encuentra de adulta como madre separada con dos niños, cuidando y manteniendo en su casa a su abuela, a su madre (Virginia Masen) y su padre (Robert De Niro) separados y a su exmarido (Edgar Ramírez), todos juntos; lo que la convierte en una empleada a jornada completa, pues cuando llega del trabajo comienza su jornada de ama de casa, atendiendo a los problemas de todos los familiares en su hogar. Harta de su vida de explotación, Joy emprende el proyecto de su fregona, para el cual necesita de la inversión económica de su madrastra (Isabella Rosellini) y de la colaboración inesperada de Neil Walker (Bradley Cooper), director de la cadena de teletienda de Fox.

Es el tercer trabajo en que forman equipo el cuarteto O. Russel, Lawrence, Cooper y De Niro, tras Silver Linings (2012) y American Hustle (2013), con trabajos interpretativos en la línea de lo que acostumbran, Lawrence manteniendo un gran nivel, Cooper cumpliendo y De Niro repitiendo el papel de padre cascarrabias del primer trabajo de este equipo, en el cual parece estarse encasillando, abandonando su registro de gánsgster amenazante. Mientras que el trabajo de O. Russel en dirección busca escorzos y adornos estilísticos, para embellecer su cuento de hadas, como tal que es, pero además reconfigurando el lenguaje de los cuentos de hadas al ‘amercian way of life’. No evita los vicios propios de los cuentos de hadas: caricaturizar y limitar los roles femeninos, al tiempo que idealiza la sociedad, su estructura y a su cúpula dominante.

La familia es el primer y permanente obstáculo que se interpone entre la Joy y su anhelo, generando un hogar poco alentador en el que todos dependen de ella, impidiendo que desarrolle su talento oculto. Su propia madre actúa como bruja: intenta desmotivarla, despreciando todos sus intentos de triunfar en la vida, al tiempo que augura el futuro que puede esperarla si no cambia de rumbo: su madre está enclaustrada voluntariamente en su propia habitación, sustituyendo el espejo de la bruja por una televisión, que trastoca su percepción de la realidad, manteniéndola aferrada a la realidad ficticia de un culebrón popular. La madrastra incorpora una gran presión sobre Joy, pues aunque le presta ayuda económica, es una ayuda que exige garantías e intereses, además de que al menor atisbo de fallo cierne sus lamentos cataclísmicos sobre Joy, poniendo también contra ella a su padre. La hermanastra pretende arrebatarle a lo conseguido a Joy, pues aparece cuando el proyecto comienza a tomar forma y amenaza, con su padre de su lado, con arrebatarle la patente. En este ambiente tan negativo, su abuela es su hada madrina, pues es la única que le muestra confianza y que busca darle alas, a pesar de las dificultades del presente en que viven. Su príncipe es el director televisivo, Neil Walker, pues está en otro peldaño de la escalera social (es millonario) y Joy tiene el desafío de convencerlo de sus virtudes y de la utilidad de las mismas en el mundo en que él se mueve. La 20th Century Fox es el palacio televisivo al que se dirige para encontrar a su príncipe. Como guiño al respecto, al dirigirse a la entrevista en la sede localizada en territorio amish, vemos como la nueva cenicienta desprecia al carruaje que acompaña a su vehículo en el recorrido, creyendo que en un escenario tan anticuado no conseguirá su moderno objetivo.

En esta ocasión, reivindicación femenina que vale la pena resaltar, esta Cenicienta no disfraza sus vestimentas para gustar al príncipe como en el cuento tradicional, pues Joy se niega a adaptar su atuendo a las exigencias masculinas del universo televisivo, evitando escotes y usando pantalones en lugar de falda. Tampoco la relación príncipe y princesa es exactamente como en los cuentos clásicos, gracias a que ella no olvida cuáles son sus pretensiones y objetivos iniciales. Ya de niña su hermanastra le sugería “-Necesitas un príncipe apuesto.” A lo que Joy contestaba “-No lo necesito, tengo un poder especial.” Resulta interesante atender a cómo el relato adapta y modifica los elementos de los cuentos de hadas tradicionales, en esta conversión contemporánea. Pero genera al mismo tiempo un halo de idolatría hacia el sueño americano, hacia el consumismo y hacia todo lo que representa el sistema económico.

El ambiente generado alrededor de Joy, en el que todos los personajes tienen altas dosis de inseguridad, da juego en el apartado argumental y genera alicientes cómicos. Sin embargo las subtramas no adquieren profundidad y sus resoluciones se producen sin causa ni efecto, ni relevancia para con la principal. En cuanto a las escaladas argumentales, a pesar de que resulte entretenido, las subidas y bajadas se producen de manera sistemática, creando un ritmo innecesariamente inestable y sin maniobras narrativas. En cada posible giro inesperado, el manejo que Joy hace de la situación solo acaba por encontrarse con la monótona insistencia de seguir persiguiendo su sueño, aun a costa de arriesgar su futuro endeudándose de por vida. En el mundo de Joy la economía lo es todo y la alternativa, quedarse en casa fregando que es la realidad masiva, es considerada un fracaso y no hay asomo de crítica en ello. Esta princesa contemporánea consumista ya no desea en sí al príncipe, que no es ya un fin sino que puede ser un medio para conseguir su verdadera aspiración: el dinero. Ese es el verdadero sueño de Joy, pasar al otro lado de la pantalla y convertirse en una de los millonarios que controlan el escaparate mediático.

Luis N. Sanguinet

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